viernes, 10 de diciembre de 2010

Preparando a nuestros hijos para las vacaciones...

Les dejo, antes de cerrar el año escolar, algunos "tips" para que los vayan conversando con sus hijos ahora que queramos o no... están sueltos en plaza durante el verano. Suele ser ese período donde ellos se encuentran más sometidos a la presión de grupo, presión que a veces los condiciona a hacer cosas contra su propia voluntad...presión que vulnera sus principios y por ende, la educación que queremos darle...

¡Buenos vientos acompañen la empresa!

1.- CHEQUEA LA SITUACIÓN

A. Mira y Escucha
Este paso te enseña a mantener los ojos y oídos abiertos a cualquier situación que esté ocurriendo a tu alrededor. Escucha con mucha atención como te hablan tus amigos.
¿Te están tratando de dar dinero para que hagas algo que no quieres hacer?
¿Están jugando con tu amistad?
¿Te están llamando por nombres o apodos que no te gustan?
¿Te están amenazando?

B. Pregúntate:
¿Me voy a mantener en problemas?
Puede ser que lo vayas a hacer esté rompiendo la ley.

2.- TOMA UNA BUENA DECISIÓN

A. Compara los dos lados ( Si lo hago vs. No lo hago)
¿Cuáles son las consecuencias positivas?
¿Cuáles son las consecuencias negativas?

B. Luego decide: “lo hago o no lo hago”

3.- REACCIONA PARA EVITAR PROBLEMAS

A. Qué Debes Decir:
1) Di que no.
2) Da la vuelta y vete.
3) Ignora.
4) Haz una excusa.
5) Cambia el tema.
6) Actúa como un chistoso.
7) Actúa sorprendido.
8) Sugiere otra idea.

FORMAS DE RECHAZAR LA PRESION DE GRUPO

NECESITO APRENDER A DECIR QUE NO:

(Ejemplo: En una pelea)

 Pregunta - ¿Alguien resultará golpeado?
 Nombra al problema – “Son personas problemáticas”
 Consecuencias – “Al estar en el lugar del problema, podemos correr el peligro de involucrarnos”.
 Alternativas – “Busquemos algo sano”, “Practiquemos algún deporte”


RAZONES PORQUE LA GENTE PELEA:

• “Evitar la pelea es difícil”
• “Yo no puedo quedarle mal a mis amigos”
• “Si no peleas, te seguirán molestando”
• “Si peleo voy a ser respetado”
• “Quiero ser popular”
• “La violencia no es prevenible”
• “Nosotros no podemos cambiar este comportamiento”


DIEZ FORMAS PARA RECHAZAR LA PRESION DE GRUPO:

1) Simplemente decir no.
2) Retirarse.
3) Ignorar.
4) Inventar una excusa.
5) Cambiar de tema.
6) Hacer un cuento.
7) Actuar sorprendido.
8) Dar elogios.
9) Dar una idea mejor.
10)Devolver el desafío.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Buen humor en familia -Ricardo Regidor-

Existe un dicho que afirma que "los hijos son la alegría del hogar". Y, sin embargo, todos los que tienen hijos pequeños -y no tan pequeños- han experimentado la tensión continua que supone el esfuerzo por educar bien a los hijos. Efectivamente, nuestros hijos necesitan autoridad y disciplina, pero la infancia también necesita un tiempo para reírse. Casi puede decirse que nuestros hijos se encuentran en la edad de la risa: fácil,espontánea, continua, por naderías... feliz.

Cuando son pequeños se encuentran en el período sensitivo para hacer del buen humor una forma de ser, una postura ante la vida. Fomentárselo les ayudará a contar con recursos para superar problemas y disgustos. Nuestros hijos han de ser capaces de enfrentarse a las dificultades de la vida, pero también han de ser capaces de recordar su infancia como una época feliz, unos años de risas continuas (junto a nuestra exigencia, que también es igual de necesaria). Y, para ello, hay que aprender a reírse en familia.

Los hijos necesitan un ambiente en el que, habitualmente, se esté de buen humor. Y, cuando no es así, ese hogar va cayendo poco a poco en un sopor parecido a la tristeza, que nunca es productiva ni libera en nada de los problemas. Sin embargo, sí podremos reconocernos más en aquellos padres que llegan cansados de trabajar y que lo único que les apetece es ver el partido de la televisión, leer el periódico o dormir.

Pero para ganarse el afecto de los hijos es necesario que nosotros colguemos los problemas en el perchero, al entrar a casa. Y lo mismo que nos proponemos besar a nuestra mujer o marido al llegar, también nos decidamos a sonreír. Estar de buen humor no cuesta tanto y, además, es mucho más gratificante. Hay que esforzarse por sonreír, aunque a veces se haga difícil. Así acabará por enraizarse en el carácter un sólido sentido del humor.

En definitiva, los hijos aman a aquellos que tienen tiempo no sólo para enseñarles, sino para divertirse con ellos. Por lo tanto, podemos buscar las mil y una ocasiones que presta la vida normal para convertirlas en carcajadas, es decir, para reírnos con nuestros hijos.

El humor y el optimismo son factores formidables para avivar la inteligencia. Propón a tus hijos que organicen ellos una salida familiar, o una tarde especial... pero estate también dispuesto a aguantar de todo con sonrisa y buen humor. Puede ocurrir que los chistes que cuenten los hijos no te hagan gracia. Al menos, puedes intentar escucharlos y reírte para que poco a poco vayan aprendiendo a soltarse. Es un buen medio para que se acostumbren a hablar en público.

Hay que enseñarles a disfrutar de las cosas sencillas y cotidianas presentes en la vida. Hacer de un simple paseo dominical toda una aventura, disfrutar de la conversación o de una cena... Para todo ello, hay que pasarlo bien en familia.

Los hijos necesitan un ambiente en el que, habitualmente, se esté de buen humor. Y, cuando no es así, ese hogar va cayendo poco a poco en un sopor parecido a la tristeza, que nunca es productiva ni libera en nada de los problemas.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Buenas maneras

Hay límites que definitivamente cuesta establecer, y no estoy hablando de límites de disciplina ni de nada que se le parezca. Límites que son casi invisibles, límites que se confunden con el deber y el amor. Esos límites son bien confusos para quienes somos padres, porque me queda claro una vez y otra vez: somos, en una gran parte, artífices de lo que nuestros hijos muestran en el día a día.

Una de las cosas que me llama la atención hace años, por ejemplo, es la falta de cortesía de los chicos. Ceder asiento, dejar pasar al adulto primero, saludar, decir gracias, pedir por favor. Las reglas básicas de convivencia, que no tiene por qué llegar a los niveles de nuestro recordado Carreño van desapareciendo para dejar lugar a la prepotencia y malacrianza (gran palabra, por cierto). Llama la atención ahora, esos detalles de alumnos que saben decir: buenos días y gracias. Detalle que el otro día señalaba una colega: ¿alguna vez han contado cuántos alumnos los saludan cuando se cruzan en la mañana con ustedes en el patio? Reflexión inmediata: saludarán a sus padres al levantarse, al acostarse, agradecerán el desayuno en casa, a quien les ordena el cuarto, el regalo, el dinero....

No... tenemos una generación que EN SU MAYORIA sienten que se lo merecen todo, que aquello que tiene cae del cielo y por tanto... no tiene valor. Del mismo modo, tampoco entonces tienen valor aquellas personas que están aldedor suyo y que merecen ciertas actitudes de cortesía mínima.

En el grupo social al que pertenece un gran grupo de ustedes, lectores, recordamos todavía las lecciones de Barney y sus "good manners"... y seguramente insistimos mucho en que nuestros hijos replicaran como letanías el por favor, el gracias y los buenos días... Y seguramente, los que leen esto no tienen problemas con sus hijos en esos aspectos...

¿Cómo haríamos? Porque de hecho, Carreño y de paso Frida Holler se cortarían las venas...

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Diez lecciones que aprendemos de nuestros hijos

10 Lecciones que aprendemos de nuestros hijos (agrego, siempre y cuando tengamos el criterio de interiorizar esas lecciones; el subrayado es nuestro)
Por Cecilia Fontaine T.

Antes de que los hijos nazcan, los padres se ven a sí mismos como unos profesores de por vida. Le enseñarán al hijo a andar en bicicleta, a leer lo que leían de chicos, a ser generosos y honestos. Lo que no se imaginan es lo mucho que los niños enseñarán a sus padres, al enfrentarlos a cientos de situaciones nuevas con las que aprenderán sobre su ser más profundo, su relación con los demás y el mundo en general.

Si bien la primera lección que los niños dan es demostrar la fuerza del instinto paternal, también enseñan otras leyes de la vida:

1. El amor es infinito.
Pareciera ser que, de alguna manera, cada nuevo hijo crea su propio espacio en nuestro corazón y nos damos cuenta de que tenemos cada vez más amor que darles porque es infinito.

2. No controlamos todo.
Los niños, desde un comienzo, nos enseñan a esperar la inesperado, sobre todo cuando se trata de planear nuestra vida. El secreto es ser flexibles con nuestros planes. Mientras antes aprendamos a ser flexibles ya tener en cuenta todas las circunstancias que pueden cambiar, nos sabremos tomar la vida mejor. El humor es un buen remedio. Saber reírse y decir "para otra vez será", ayuda a evitar las frustraciones.

3. Todos tenemos nuestro lado oculto.
Los niños nos exponen a situaciones nuevas que nos hacen reaccionar de una manera que uno jamás pensó: rabia, impaciencia, frustración. Afortunadamente, aprendemos también que uno puede experimentar un sentimiento, sin actuar de acuerdo a él. El autocontrol es una importante lección que se tiene que desarrollar rápidamente desde que el hijo nace.

4. Nuestros propios intereses pasan a segundo plano.
Con los niños, los padres aprenden a postergarse. ellos exigen todo nuestro tiempo y dedicación. Se asumen responsabilidades y exigencias. Nuestra prioridad cambia: ahora son ellos lo más importante en la vida.

5. Los niños no son clones, son individuos distintos a nosotros.
Hay que aprender a respetar las diferencias, personalidad y carácter de cada hijo. No podemos tratar de que nuestros hijos sean iguales a nosotros. Conocerlos tal cual son y quererlos por eso, ayudándolos a mejorar sus puntos débiles ya resaltar sus virtudes, es el deber de los padres.

6. Nadie espera que seamos perfectos.
El amor incondicional de los niños es una recompensa que nos conforta día a día. Si nos equivocamos y se nos pasó la mano con el enojo, ellos nos hacen sentir que no fue tan grave. Tenemos que tener presente que no somos perfectos y que nadie nos está exigiendo que lo seamos. Mañana trataremos de controlarnos más y seremos mejores. Ojalá pudiéramos ser así con ellos a la hora de sus errores.

7. No hay que juzgar a los demás.
Los niños enseñan a no juzgar a los demás según cómo son como papás. Especialmente nos hacen entender muchas actitudes de nuestros propios padres, que antes criticábamos. Dejamos así de exigirle a los demás cosas que nosotros no podemos cumplir con nuestros hijos. Esta es una importante lección que se puede aplicar en todos los ámbitos de la vida.

8. Vivir el momento.
Los niños, especialmente de chicos, son los reyes en mostrarnos el valor de tomarse las cosas con calma. Si vamos a pasar la tarde con ellos, hay que guardar el estrés y la ansiedad, y saber que, para que todos lo pasemos bien, no queda otra que ir al ritmo de ellos.

9. No se termina de aprender.
Con los niños nunca se deja de aprender. Cada etapa es distinta y cada hijo es diferente, por lo que tenemos que ser de una manera o de otra con cada uno. Esto nos plantea un desafío enorme como padres, pero también nos da una inmensa recompensa: el cariño de los hijos.

10. Los niños nos despiertan virtudes olvidadas.
Los hijos nos hacen conocemos mejor, sacar facetas de nuestra personalidad que nunca creímos tener y nos motivan a ser mejores personas.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Juventud, divino tesoro -publicado anteriormente en "Enpuntomuerto"

Una amiga mía repite lo que les voy a contar con frecuencia, y va a adivinar que me refiero a ella cuando lea esto. Le dice a sus alumnos que están con una enfermedad, que tienen un defecto encima: la adolescencia. Y en parte, no deja de tener razón "sonoramente" puesto que "adolecen" de algo. (DRAE, causar dolencia o enfermedad/ cargar con un defecto) -no tomar en cuenta la ortografía en este caso, por favor-.

En el largo camino hacia la madurez, los adolescentes van descubriendo un mundo repleto de posiblidades y empiezan a jugar con la libertad que ahora creen les pertenece para hacer lo que les provoca. En ese camino, van aprendiendo que no es así. Con pena hay algunos adultos que lo siguen creyendo y practicando.

Uno de los aspectos que los "agarra" desprevenidos (a pesar de las clases de educación sexual que imparten en la mayoría de los colegio) es cómo manejar ese "milkshake de hormonas" que tienen por dentro y los carcome desayuno, almuerzo, comida, despiertos, dormidos, en los momentos menos indicados... Tarde o temprano, lo manejan medianamente bien: física, emocional y hasta académicamente.
Hoy quiero compartir con ustedes algo escrito por un adolescente al cual jamás tuve el gusto de conocer (estimo que debe ser muy divertido) , salvo por la prueba escrita que tuve que revisar -como Evaluadora Externa de su institución- .

Las palabras que van a leer no han sido editadas o sea que prepárense: son tan precisas y reales que terminan siendo una verdadera delicia.

siendo un adolescente, lamento informarle que mi mente tiende a encontrarle un significado sexual a absolutamente todo (al igual que mis compañeros). Así que, al poema... le he encontrado una connotación sexual y lo analizaré por siguiente.

A buen entendedor, pocas palabras.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Una de Icaro

Icaro es un chico maravilloso, sensible, sano, adolescente. A veces se olvida de algunas cosas, a veces confunde tareas, a veces hace comentarios inadecuados... Icaro pide atención directa e indirectamente cada día.

Pero queremos que Icaro sea perfecto, los estándares a los que llega no son los que esperamos. Sus padres le ponen la valla muy alta y él, como buen Ícaro trata de volar alto, alto, alto pero sabe -más que sus propios padres- que sus alas se van a derretir y cuando cae no sabe cómo justificar la caída...empieza a enredarse en un rollo de excusas y pequeñas mentirillas que caen de (in)maduras.

Volvemos a nuestros hijos estos Ícaros que no llenan nuestras expectativas; nunca hay suficiente para nosotros que como padres repetimos la cantaleta de: puedes hacerlo mejor... Y ojo, no estoy hablando de los ociosos a los que jamás vemos hacer esfuerzo alguno en su vida. Hablo de mi Ícaro, en particular, que trata pero no llega. La presión atmosférica -casera, digamos- le pesa tanto sobre los hombros que le impide disfrutar sanamente de su juventud. Tiene retos altos y el deber de cumplirlos.

Vuela Ícaro, encuentra tu pasión y vuela libre hacia ella...

miércoles, 20 de octubre de 2010

Artículo de Gastón Courtois: Adolescencia, etapa difícil

* Llega a una edad en la que el niño deja de serlo y no es todavía un adulto. Edad en que se produce una especie de ruptura de equilibrio en vista de un equilibrio nuevo y de la conquista de la personalidad, que harán poco a poco de este niño no sólo un joven o una joven, sino tal joven -chico o chica- determinado. Resulta de esto un período de crisis que comienza, en general, hacia los trece años y que puede durar dos o tres.

* Con frecuencia, en este período, los padres, que han olvidado por completo lo que a ellos mismos les pasó, se sienten desorientados, porque no reconocen ya a sus hijos. Lo primero que ha de hacerse es no asustarse. Se trata de una crisis normal, que pasará con tanta mayor rapidez y facilidad cuanto más los padres se esfuercen en comprenderla.

* El adolescente, que deja de ser un niño, comienza por tener una crisis de emancipación. No quiere formar parte del mundo de los pequeños; no quiere ya ser tratado como un niño; no les gusta que le hagan decir sus lecciones; no quiere que se le mande por la noche a acostar; se molesta por la menor observación, sobre todo si se la hacen delante de hermanos y hermanas más pequeños.

* Este deseo de emancipación es la manifestación de un progreso natural en vías de evolución. Sería en vano y peligroso intentar dominarlo por la fuerza.

* En esta edad, que se llama impropiamente "la edad ingrata", no les es suficiente que los quieran, y -hecho que desconcierta mucho a las madres- hasta los abrazos, los mimos, las manifestaciones de cariño familiar, los encuentran indiferentes, si no son hostiles. Lo que ellos quieren es no sólo ser amados; es amar por sí mismos y elegir sus amistades, naturalmente, fuera de su casa.

* Son capaces, a la vez, de un egoísmo casi cínico para todo lo que concierne al cuadro familiar y de una abnegación espléndida fuera; por los pobres, por un ideal, por un movimiento político o religioso.

* Hay que darles ocasión de contribuir activamente en las decisiones comunes relativas a la casa: cuestiones adinistrativas, comida, entre otros. Será un medio de dominar razonablemente la exagerada tentación de evadirse del hogar familiar.

* En términos generales, eviten burlarse, "cochinearlos"; muestren comprensión de sus errores. Así se conserva la autoridad moral, de que tanta necesidad tienen, sin que lo sepan, para ayudarlos a canalizar en buen sentido las fuerzas nuevas y magníficas que los encaminan hacia la edad adulta.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Historias para compartir...

Una de las secciones de este Blog llevará por título Icaro y Maya. En ella, les iré contando algunas historias memorables de mis alumnos (Ícaro) y de mis alumnas (Maya). En los veinticinco años de enseñanza he visto a muchos chicos y chicas cuya actitud vale la pena compartir, básicamente por ser ejemplificadoras. Los nombres provienen, como es obvio, de la mitología griega. Ambos son seres divinos, jóvenes, aventureros, arriesgados...
Maya es cualquier chica que camina por la calle, preocupada de la opinión de los demás aunque quiera aparentar que no es así y que vive a su aire. Demanda, al igual que Ícaro, la atención de todos sus pares e igualmente, necesita a gritos reafirmar que sus padres y profesores la toman en cuenta. Ícaro le interesa pertenecer a la manada, aunque para ello tenga que hacer tonterías...
Los padres solemos decir que todas las Mayas son iguales y que todos los Ícaros también lo son, y peor aún: que el que nos tocó a nosotros es el peor... Hay que escarbar un poquito, nada más, para darnos cuenta de que vivimos un enorme error. Puesto que cada Maya y cada Icaro son únicos e irrepetibles.

Ojo, que para los que no lo saben, he trabajado en una universidad, en un Instituto, en una Academia pre-universitaria y hace varios años en la sección secundaria de un colegio privado. De ahí que tratar de identificar en mis historias a alguno de estos personajes será inútil...

miércoles, 6 de octubre de 2010

Calibrando brújulas

Uno de los campos más fértiles en donde las discusiones encuentran lugar para divertirse a su antojo es la educación de los hijos. Aquí empiezo de nuevo a entrar en terreno minado y peligroso porque de hecho más de uno se podrá sentir identificado y por ende... ofendido con lo que diga. Lo siento, pero es verdad.


Cuántas veces ha ocurrido que un padre/madre hace algún comentario o da una orden a su hijo/a y su pareja lo mira con cara de total desaprobación, esa mirada que se traduce en : ¿Cómo se te puede ocurrir haber dicho/ hecho tal burrada? U otra que es más común, el hecho de llamar eternamente la atención a los chicos por algo que no es tan grave y la pareja en cuestión te mira como diciendo: ¿No te cansas de jorobar al pobre chico con el mismo tema? o su versión más directa ¿Por qué no lo dejas en paz?


Ahí pues surge el gran problema, se forman los equipos. Uno de los miembros de la pareja es el malo y otro hace migas con la criatura en cuestión.... Una dinámica taaaaaaaaaaaaaaaaaaan familiar, taaaaaaaaaaaaaaaaan común, taaaaaaaaaaaaaaaan cotidiana. No obstante, justamente esa "normalidad" condiciona que tengamos adolescentes confusos, con límites blandos.



Adolescentes que no saben que un NO es un NO. Adolescentes que resientan la autoridad de sus propios padres. A ello, podemos agregarle lo que una gran amiga me comentaba que la relación de pareja se resiente porque estamos diciendo todo el día "tú haces tal y tú no haces cual" (madre y padre, normalmente). Peor aún, si los padres viven separados, ocurre que a veces (ojo que no estoy generalizando ni prejuzgando) el que vive con la criatura (y generalemente educa) es el malo de la película y otro, el que visita es el permisivo, el cariñoso...



La educación de los hijos termina siendo un problema de muchas aristas, pues cada miembro de la pareja cree tener la fórmula perfecta que se basa en esta premisa: a mí me criaron así y no salí muy mal que digamos.... Y no nos damos cuenta de que salimos con más defectos de los que somos capaces de aceptar y queremos repetir el mismo modelo en nuestros hijos pensando que es el mejor...y así surge la imagen de unos padres tirando la carreta para cada lado y convirtiendo a los chicos en una suerte de Túpac Amaru...


Hay que hacer el intento de calibrar nuestras brújulas, y que ambas (la de padre y madre) se dirijan al mismo Norte, pues que estas se orienten con una dirección personal y quizás opuesta es un gran peligro.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Logrando el balance

Es natural, que busquemos –como padres- mostrar nuestro éxito en la labor que se aprende sobre el caballo. Finalmente nadie te enseña a ser padre y se suele cometer el error de pensar que si la educación que se recibió fue medianamente exitosa, entonces el modelo se repite. Si por el contrario, no lo fue pues entonces dejo de hacer todo lo que mis padres hicieron conmigo.

En lo anterior, cualquier extremo es malo y erróneo. Cuando nosotros fuimos educados corrían otros tiempos y de ello si somos conscientes pero igual vamos a aplicar el mismo molde a una realidad diametralmente opuesta. Les doy solo una muestra: hay celular.

Consideramos que nuestros padres fracasaron en el intento de educarnos y que por el contrario, nos consideramos hombre y mujeres hechos y derechos a pesar de la educación recibida. Por lo tanto, criamos hijos sin “NO”, sin límite, sin sentidos culposos. Nuevamente caemos en el error. Puesto que todo ser humano necesita fronteras en su caminar, retos que superar.

Complicado encontrar el equilibrio, pero en ello está buscar el balance de sentirnos padres orgullosos y no arrastrar sobre nuestros hombros los supuestos errores de los hijos. Son nuestros, no de ellos.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El puente colgante

Partamos de la premisa de que todos los seres humanos necesitamos límites en nuestro crecimiento. No lo digo porque seamos unas bestias, ni no tengamos un autocontrol, simplemente pienso que en nuestra crianza hemos tenido algunos límites que nos han convertido en seres humanos medianamente "normales". Aclaro: medianamente.

Es cierto también, que muchos padres de nuestra generación hemos sido/somos extremadamente complacientes, relajados, permisivos, generosos o como quieran decirlo con respecto a los límites que les hemos puesto (les ponemos) a nuestros hijos. Algunos ya pueden dar fe del buen éxito o poco éxito de la estrategia utilizada. No obstante, creo que todos la tenemos clara: en la crianza, los límites son básicos.
Esta imagen es buena: tienes que cruzar una distancia entre dos puntos usando un puente, la caída no sería mortal. Hay dos puentes, uno destartalado, con algunas maderitas que le faltan, tiene barandas. El otro está nuevo, es obviamnete más seguro, no tiene barandas. Por instinto, está confirmado que escogeremos el primero...
Tengo en mí grabadas las palabras de MAYA quien a los 18 años se "largó" de su casa con lo que tenía puesto después de una fuerte discusión: es que a mí... me faltaron límites, me dijo. cuando me los quisieron poner, ya era tarde y hasta ridículo.
Como dice la vieja y sabia frase: todo extremo es malo...

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El desarrollo emocional en la adolescencia -Alfonso Aguiló-

Recordar la propia juventud es algo siempre interesante. Cuando se es joven, y se vive rodeado de otros jóvenes en el ambiente escolar o en la familia, parecía quizá que todos teníamos un destino parecido. Pero si recordamos aquellos años nuestros, y vemos cómo fue pasando el tiempo, y cómo se fue fraguando nuestra vida personal, y cómo nuestro destino iba serpenteando por una ruta que quizá ahora, años después, nos parece asombrosa, comprendemos entonces que la adolescencia es una etapa decisiva.

La adolescencia es la edad de los grandes ánimos y de los grandes desánimos, la edad de los grandes ideales y de los grandes escepticismos. Una etapa en la que suele disminuir la autoconfianza y crecer la autoconciencia, en la que quizá emerge una imagen propia inflexible y contradictoria, años de frecuentes dudas y tempestades interiores. Y una de las batallas más decisivas se refiere al equilibrio afectivo.
Complejidad de los sentimientos
Muchos experimentan, por ejemplo, una amarga sensación de rebeldía por no poder controlar sus propios sentimientos. Se sienten tristes y desalentados -o incluso resentidos y culpables- por ser incapaces de sentirlo que piensan que deben sentir.

Quizá son demasiado inquisitivos, y quieren verlo todo con una claridad que la vida no siempre puede dar. Quieren entrar en su vida afectiva con mucho ímpetu, y pretenden salir luego de ella seguros y claros, con todas sus ideas como en letra de molde, como aquellas viejas planas de caligrafía de los primeros años del colegio, limpias y sin la menor tachadura. Y al chocar con la complejidad de sus propios sentimientos, se encuentran como inundados por una tristeza grande, y pueden sentir incluso ganas de llorar, y si les preguntas por qué están así, es fácil que respondan desolados: "No lo sé".

Estilo emocional
A esa edad hay muchas cosas que ordenar dentro de uno mismo. Hay quizá muchos proyectos y, con los proyectos, inseguridades. Y no hay siempre una lógica y un orden claros en su cabeza. Se mezclan muchos sentimientos que pugnan por salir a la superficie. Las preocupaciones de la jornada, la rumiación de recuerdos pasados que resultan agradables o dolorosos, y que quizá se deforman en un ambiente interior enrarecido, todo esto mezcla a las altas aspiraciones con impulsos hormonales que a veces no pueden manejar.

En medio de esa amalgama de sentimientos -algunos opuestos entre sí- va cristalizando el estilo emocional del adolescente. Día a día irá consolidando un modo propio de abordar los problemas afectivos, una manera de interpretarlos que tendrá su sello personal, y que con el tiempo constituirá una parte muy importante de su carácter.
Desde la inteligencia
La vida afectiva de cada uno es el resultado de toda una larga historia de creación y de decisiones personales. No podemos llegar a tener un control directo y pleno sobre nuestros sentimientos, pero sí un cierto gobierno de ellos desde nuestra inteligencia. Todos somos abordados continuamente por sentimientos espontáneos del género más diverso, y una de las funciones de nuestra inteligencia es precisamente controlar esos sentimientos.

La inteligencia va ensayando actitudes ante los diferentes tipos de sentimientos que se nos presentan, y así va aprendiendo estrategias para influir de alguna manera en nuestra vida afectiva. Por ejemplo, ante un comentario que ha suscitado en nosotros un sentimiento de irritación, podemos intentar sobreponernos adoptando una actitud dialogante, quitando importancia al posible agravio; también podemos responder con una actitud tolerante, como subrayando el respeto a otras valoraciones distintas a las nuestras; o incluso con una actitud de ironía teñida de humor, para relajar la tensión que se haya podido crear.
Hay muchas formas de influir en nuestra vida afectiva, y en todos los casos es la inteligencia quien se esfuerza en proponer actitudes que permitan activar o amortiguar a nuestra voluntad algunos de nuestros propios resortes sentimentales.
La época de los ideales
En la historia de cada persona aparece, con mayor o menor frecuencia e intensidad, la voz del ideal. Un valor o un conjunto de valores que, poco a poco, o de modo fulminante, cobran relieve en nuestro aprecio, se destacan entre otros posibles, los percibimos como más entrañables, más propios, más personales. Son como destellos que van surgiendo desde edades tempranas y que después, en la adolescencia, adquirirán una viveza mucho mayor.

Es algo que madura en nosotros y que con el tiempo se nos muestra como algo que debe definirnos y diferenciarnos, que da sentido a lo que hacemos. Y experimentamos esos ideales como algo que viene a nosotros, a lo que estamos llamados. Como algo que, aunque esté sujeto a nuestra decisión, es casi más recibido que elegido. Como algo que necesita ser reconocido y asumido. Como algo que a la vez atrae y exige, que a un tiempo nos compromete y nos eleva.
Comienza un proceso que atravesará su etapa más delicada durante los años de la adolescencia. Una travesía que se caracterizará, sobre todo, por sus imprevisibles contrastes. Un camino estimulante y doloroso a la vez, de claridades y de tinieblas, de afanes apasionados y de terribles vacilaciones y que concluirá habiendo definido –al menos en sus principales líneas- el estilo afectivo personal.


Mi comentario: De ahí que sea tan importante vigilar a la distancia, con amor, con paciencia y tolerancia. Tratar en la medida de los posible de encontrar canales de diálogo. De ello, hablaremos pronto.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

La lectura y los adolescentes 3 (el final)

Para trabajar de forma coherente y con convicción en esta tarea motivadora hay que buscar estrategias que funcionen a largo plazo. Estrategias que no sean muy dolorosas ni que generaran conflicto y sobre todo, que involucren a toda la familia. También es necesario que los mismos padres estén actualizados con el mundo de los libros. Verlo como un objeto cultural; conocer las posibilidades que ofrece el mercado; conocer cómo informarse de las nuevas publicaciones y si fuera posible establecer un vínculo con alguna librería.

Para ello les propongo varios planes de acción. Con plena libertad de usarlos de acuerdo a cada realidad y dependiendo de la edad de los chicos.


•Revalorización de la lectura. Los padres tiene que ser los primeros en empezar esta campaña. A cualquier edad y más en el adolescencia los chicos le prestan mucha atención al comportamiento de sus padres (buscar juzgarlos en todo momento). Por eso es que si los padres no leen pierden autoridad cuando exigen a sus hijos que lo hagan. Hay que educar con el ejemplo: los padres TIENEN que empezar a leer de forma visible, pero sin hacer alarde de ello.

•La idea es que se lea, no solamente literatura clásica sino que se retome el hábito lector. Por ello, otra idea es regalar alguna revista de su interés: El gráfico, Don Balón, Club Nintendo, National Geographic, Rolling Stones; entre otras.

•Llevarlos a Ferias, librerías y dejar que libremente ellos escojan un libro con un presupuesto especificado desde un inicio.

•Compartir películas basadas en textos clásicos. Usar la televisión a nuestro favor. Algunos chicos luego quieren saber más del tema. Se puede tener una conversación al respecto de que siempre el libro es mejor que la película pues tiene más detalles, uno puede imaginarse las situaciones de otra manera, entre otros.

•Despertar la curiosidad pues esta puede ser un gran aliado. El adolescente –como cualquier ser humano- es curioso por naturaleza aunque parezca desentenderse del mundo. Por ello, dejar el libro o la revista que leemos abierto en alguna parte estratégica, donde sabemos que lo van a encontrar y les va a “jalar el ojo”. Del mismo modo, los chicos siempre están atentos a nuestras conversaciones. Se puede comentar entre la pareja, con un amigo o hasta hablando por teléfono lo interesante (divertido, misterioso, desagradable) que les resultó determinada lectura. Llama la atención que cuando generalmente usamos adjetivos negativos para dar nuestra opinión, el adolescente se pone alerta.

¡No bajen los brazos! ¡Libros arriba!

viernes, 3 de septiembre de 2010

La lectura y los adolescentes 2

En una encuesta que alguna vez realicé y cuyos resultados no creo hayan cambiado mucho, pude llegar a estas conclusiones.

Los padres fueron reconociendo que, a veces ellos les transmitían mensajes erróneos a sus propios hijos: antes leían, les gustaba leer cuando no estaban tan ocupados como ahora, ya no tenían tiempo, o que los libros que les había tocado leer en el colegio habían sido muy aburridos. Otros, en cambio, buscaban lucirse tratando de demostrar su conocimiento literario: y no hay peor cosa para un adolescente que un padre sabelotodo. Además sin darse cuenta, terminaban impidiendo que el chico fuera descubriendo por sí mismo el encanto de leer.

Hubo casos en los que a pesar de ver que sus hijos estaban sumergidos en el maravilloso mundo de un libro les cortaban la conexión que había logrado establecerse con esfuerzo y dificultad, interrumpiendo su actividad. Cuando se había logrado delimitar un espacio para la lectura, eran los mismos padres lo que lo destruían. Por ejemplo, que apagaran la luz, que dejaran de leer y se durmieran de una vez.

Quedó pues establecido que a veces los propios padres se metían auto-goles desanimando a sus hijos a establecer su propia relación con el mundo de la literatura. Inclusive, el adolescente terminaba identificando la actividad lectora con una acción punitiva, pues hay padres que castigan a sus hijos mandándolos a leer.

Muchos de ellos se convertían en el principal “modelo de ocio lector”. Los padres leen menos que sus hijos. Al tocar este tema surgieron como siempre excusas de diversa índole: “trabajo todo el día”, “no tengo tiempo”, “acabo agotado”, “pongo la televisión y solo pienso en desconectarme del mundo”, etc.
Por lo tanto, hay que buscar soluciones COHERENTE, que busquen de paso, ver el tema desde un punto de vista familiar y crear un vínculo a partir de la lectura.
Seguiremos en la próxima publicación.

martes, 31 de agosto de 2010

La lectura y los adolescentes 1

Seguramente muchos educadores habrán compartido la angustia de la tristemente famosa pregunta de padres angustiados: ¿Qué hago para que mi hijo lea? Ello demuestra que aquellos comparten con nosotros la misma inquietud por mejorar el nivel lector de los chicos.

Los adolescentes ya no quieren leer y una de las razones primordiales de ello es la falta de motivación. Cabe agregar que existen otros elementos que contribuyen también a desmotivarlos: las tentaciones tecnológicas, el interés por su propia imagen: el chico que pasa horas leyendo es mal visto por sus pares, la propia inercia de la edad, entre otras. Pero también hay que admitir que el propio trabajo docente anula el placer de la lectura: tenemos que cumplir con un programa, hay que obligarlos a leer obras que en muchos casos tienen temas aburridos y los chicos no pueden dejar de cumplir con su responsabilidad. Nuestro rol termina siendo impositivo. Los niños que leían, al llegar a la adolescencia dejaban de hacerlo. Los chicos han cambiado en más de un aspecto. El preferir estar con sus amigos, pasarse la tarde escuchando música o frente a la computadora, era un síntoma de que la escala de preferencias y valores también está sufriendo un cambio.


Nos planteamos una primera pregunta: ¿Por qué nuestros hijos no leen? Tratamos de descubrir las causas, pues los síntomas ya eran conocidos. Tenemos que reconocer como motivo principal está la obligación que tienen de leer. Efectivamente, ahí comprobamos que para no dejar de cumplir con las lecturas impuestas por sus maestros usan los típicos atajos: leen solo los capítulos finales, bajan los resúmenes de “El rincón del vago” , o en el mejor (o peor) de los casos buscaban un buen amigo que se vuelve automáticamente “su narrador de cuentos”.
Sin embargo, los mismos padres también aportan lo suyo haciendo autogoles... seguiremos en la próxima publicación. El viernes.

martes, 24 de agosto de 2010

Llorando por adelantado

Los sistemas suelen funcionar si es que hay coherencia entre los límites que se predican y los que se aplican. De qué sirve tener un horario medido, digo, organizado entre 8 am y 3 pm, si luego habrá una orgía del tiempo en donde la computadora, la tele y las responsabilidades se yuxtaponen las unas sobre las otras.

Para qué le voy a buscar a mi hijo actividades extracurriculares que llenen su tiempo si un mes hace natación, pero al siguiente mes que ya no quiera va a hacer fútbol, y al siguiente como no le gusta el entrenador va a ser box tailandés, y al siguiente como el horario le da flojera quiere ir al gimnasio. Como los padres saben que el deporte es bueno siguen el amén y el monstruito no aprende jamás la noción de compromiso, disciplina, diversión y a la vez sacrificio que el deporte implica. Ojo: ¿cuál es la respuesta que como padres tenemos ante esto? : Si no hay problema, la cosa es que haga deporte y así no me peleo con mi hijo/a.

¿Cuántas batallas hemos dejado de pelear por el simple hecho de no molestarnos con nuestros hijos y comernos una discusión? ¿Cuántas veces hemos cedido para no vivir dentro de la casa otra situación mayor de estrés a la que ya nos vemos sometidos laboralmente todos los días? ¿Cuántas veces la criatura se ha salido con la suya y “todos muy felices” sin haber tenido ninguna pelea?

Solo el futuro tendrá la crudeza de echarnos a la cara ciertas señales en donde cuánto nos preguntemos ¿dónde nos equivocamos? La respuesta estará en unos lentes de piscina hongueados durmiendo en un cajón.

martes, 17 de agosto de 2010

En (+)

A veces uno tiene un mal día, y el trabajo de corregir no termina. Después de un tráfico atroz, estrés laboral, cansancio físico y a veces coordenadas inesperables todo se conjuga a tener un humor realmente cruzado... Uno empieza a corregir y descubre un trabajo genial, esforzado, divertido. Un trabajo que arranca una sonrisa y que como diría la propoganda de Master Card: no tiene precio. La jornada ha mejorado notoriamente, buen cierre del día.

Día siguiente: el profesor entra a clase de manera formal, casi marcial y nombra casi a gritos delante de todo el mundo. ¡Fulano! ¡Mengano! ¡Zutano! Sobre su trabajo debo decirles algo. Los chicos palidecen, se desorienta; el profesor continúa: ayer fue un día aciago para mí. Tenso, pesado, lleno de estrés, agotador y todo lo negro que puedan imaginarse. En eso, empiezo a revisar su trabajo y no he parado de reírme, en buena onda, con lo divertido y refrescante que fue su presentación. Ha sido un gusto enorme corregirlo, y aunque no han obtenido la nota máxima debido a algunos errores, merecen un reconocimiento público y sobre todo, POSITIVO.
Volvió el color a los rostros, las sonrisas iluminan tres caras como sol veraniego a mediodía. La clase muda rompe con un tímido aplauso que se generaliza y aunque otros grupos tuvieron el ansiado 20, estos chicos saben que ellos alcanzaron la gloria.
El 20 no siempre trae la felicidad, el reconocimiento público, a veces, tiene más valor para el adolescente que busca destacar del resto...
Educar en (+) que le llaman.

lunes, 9 de agosto de 2010

La puntuación, la sintaxis y el amor -Leila Macor-

De nuevo los invito a disfrutar de un texto que cayó en mis manos. Un texto que compartiré en lo pronto con mis alumnos, porque de alguna manera refleja la relación íntima entre vida y literatura. Relación placentera que trato de inculcar desde mi orilla. Agradezco el aporte de mi ex alumno y hoy gran amigo, Francisco Peirano.
La puntuación, la sintaxis y el amor
Por Leila Macor (de su libro Nosotros, los impostores).

Siempre que pongo un punto y coma sonrío. Me acuerdo de un amigo de mi hermano, a quien yo amaba como loca en mi adolescencia, que dijo una vez que un verdadero escritor se reconoce porque sabe usar el punto y coma. Por supuesto comencé a usar frenéticamente el punto y coma, aunque él nunca se dio cuenta de mi pericia puntuadora. Luego, en el colegio, escribía parodias de los poemas que estudiábamos en la clase de Literatura y las pegaba en la cartelera del salón, sólo para ver reír al chico del fondo que me gustaba y que no me hacía el menor caso, excepto cuando leía aquellas burlas gracias a las cuales yo existía un poquito para él.
Me enamoré después de un hippie. En consecuencia, un ejército de gnomos, hadas y plagiados cronopios tomó por asalto mis cuadernos, que por fortuna hice desaparecer de la faz de la Tierra. Mi primer novio leía a Nietzsche: en aquel tiempo escribí herméticamente versos oscuros sobre simbólicas tarántulas que hoy día no consigo entender (y creo que en aquel momento tampoco).
El siguiente fue un poeta para quien el punto y coma era tan feo e inelegante como una factura de la luz, los dos puntos un recurso vulgar destinado a un recetario de cocina y los paréntesis una trampa que esconde la incapacidad expresiva del escritor. Así que punto y coma, dos puntos y paréntesis quedaron proscritos de mi escritura durante un par de años. Sólo después de mucho esfuerzo los logré reincorporar.
Algunos de los hombres que me gustaron no eran lectores y simplifiqué mis textos; otros eran intelectuales y entonces los academicé, llenándolos de citas de Heidegger y Schopenhauer que tomaba prestadas de mi agenda. Una vez me enamoré de uno que amaba las oraciones cortas y las sentencias desadjetivadas; poco después me enamoré de otro que prefería el barroquismo y las descripciones delirantes: salté de Carver a Carpentier como quien cruza la calle. Después tuve un novio fanático de Rimbaud y de Baudelaire y yo me puse por tanto agresiva y negativa.

Luego vino un chico que odiaba el «sándwich literario», que es cuando se coloca un sustantivo entre dos adjetivos (por ejemplo, la «enigmática casa antigua»). Ergo, me volví implacable con los adjetivos, cacé sándwiches y acabé con todos ellos. El siguiente se la tenía jurada a los adverbios. Decía que son un bastón para apoyar a un verbo que no tiene suficiente fuerza. Saqué adverbios y usé sólo verbos autoválidos. Y otro abogaba por la eliminación de la palabra «como». La luna es un queso, no como un queso. El «como» ensucia la metáfora, decía, porque la transforma en una anodina comparación. Busqué entonces todos los «como» de mis archivos con Find and Replace y los borré de un manotón en el teclado.
Luego mi ex esposo se reveló como un gran admirador de Kundera y elogió las metáforas que «caen como un rayo iluminador sobre una escena». Intenté por ende, y durante años, imitar el rayo iluminador de Kundera. Pero ninguno de ellos se enteró jamás, lógicamente, de todo esto que se cocía entre la palabra y yo.

Desde que puedo recordar, la escritura ha sido mi forma más inadvertida, menos eficaz y peor orientada de coquetear.

lunes, 2 de agosto de 2010

Hoy, igual que ayer... pero diferente.

Un buen amigo de mis tiempos escolares me sugirió escribir sobre este tema: Tu sensación de exalumna / recuerdo de alumna. ¿Te ves (te crees ver) en alguna de tus alumnas? ¿Te ves muy diferente?

Aquí mis reflexiones.

Cuando estoy parada del otro lado de mi escritorio (pupitre –palabra en desuso-) y hago un esfuerzo por recordar cómo me sentía en mi rol de chiquilla y cómo veo ahora a quienes ocupan un lugar similar en el salón de clase, confieso que tengo que hacer un ejercicio mental de interiorización que resulta divertido, complejo y hasta doloroso.

Al igual que mis alumnos estuve en un colegio mixto, y al igual que ayer veo que los sentimientos de desorientación están latentes, son los mismos pero viven otro entorno. Pero al decir parecidos, yo misma dudo porque el origen de esas desorientaciones, angustias y miedos pueden ser diferentes. ¿En qué nos parecemos? En querer pasar por encima del límite, en creer que somos la última chupada del mango y nos sentimos con la capacidad de tomar decisiones recontra inteligentes.
Las chicas somos iguales cuando no sabemos qué ponernos, amargarnos cuando nos vino la regla el fin de semana que no debía y hacer de cada detalle insignificante una tragedia en nuestra vida. Verán que las mujeres de adultas no cambiamos mucho. No obstante, ahora siento más fuerte el sentimiento de "mírenme, aquí estoy". Todas quieren ser únicas: todas son iguales. Se des-cubren más, tienen más senos (¿serán las hormonas, serán los sostenes, será el material más strech?), creo que un 99.99 % tienen pelo largo, laaaaaaaaaaaaaargo, tienen un problema con su cuello dado que mueven la cabeza de un lado al otro mientras su cabellera sigue el ritmo... para nosotras era "cha.. qué bebe..." para ellas es: "ya pueeeeeeeeeeeeées" (chequear dónde he pueste la tilde). Los chicos no se quedan atrás siendo similares a lo que yo veía en mi amigos, toman a escondidas como cosacos volviéndose hombres por un segundo, creyéndose los gallos del gallinero y tratando de mostrar que manejan sus hormonas como les da la gana… Tienen músculos mucho más desarrollados que los adolescentes de antaño y están MUCHO más pendientes de su aspecto físico.

Tanto chicas y chicos hablan de ropa, de nutricionistas, de quién les gusta, con quién gilean, de su vida social, de “reus”, de sus excesos, de sus reglas, pero entre todos, con todos y para todos. Usando una gama de vocabulario maravillosamente prolífica y sin distinción de ningún tipo. Sin embargo, ante sus padres su palabra baúl es: normal. Tienen una vida millones de veces más expuesta porque así lo han decidido: basta con mirar algún Facebook. Hay menos límite y quizás menos pudor –en el que a veces se cruza la raya con mayor facilidad- un límite que nosotros como padres no hemos logrado establecer con paciencia y sabiduría. Cuando este intento ha sido impositivo, no ha funcionado del todo. Estos chicos suelen reclamarlo todo... su capacidad argumentativa es enooooooooooooooorme. Eso no creo que haya cambiado mucho, pero ahora estamos al otro lado en el sistema comunicativo.

Las chicas son las mismas si las miramos desde dentro, siempre estará la comedida, la tímida, la mandada, la que chapa con varios y la que nunca ha chapado. La que ya se emborrachó más de una vez, la que miente descaradamente, la lorna, la que cubre a las amigas, la acusete. La que parece pero no es, la que es... y no parece. Al final, todas conflictivas de una u otra manera. Los chicos, por su parte también son los mismos si los miramos desde dentro, el matón, el que quiere pasar piola, el lorna, el débil que trata de mantenerse encubierto, el que quiere ser y no puede (conocido como el wannabe, existiendo la versión femenina), el churro que se sabe churro, el bueno, el lindo, el que se embomba en todas las reus…

Ellos no son los distintos, somos los padres de mis alumno que por millones de razones hemos tenido, que educar a nuestros hijos de manera más improvisada que planificada. Los cambios tecnológicos, el estilo de vida, y hasta la política económica a veces nos hace dudar de que si la regla que dimos ayer es la adecuada. La rapidez con la que vivimos nos trae abajo más de lo que nosotros como adultos podemos aceptar.
Sin embargo, rescato un detalle, si fuéramos distintos en esencia no nos veríamos ni por asomo reflejados en nuestros hijos, repitiendo los errores que nosotros cometimos y sobrellevando/ disfrutando de una de las etapas más conflictivas de vida.
Ojalá que esto conteste a la pregunta de una u otra forma.

lunes, 19 de julio de 2010

Artículo de Robby Ralston, publicista

Bovary y el grifero
Robby Ralston
EL COMERCIO, 2009

Estábamos en el pequeño grifo de algún pequeño pueblito a medio camino entre Huancayo y Tarma. La familia en pleno bajó a estirar las piernas y mientras el grifero nos despachaba combustible, le pregunté qué era lo que escuchaba en su radio a tanto volumen.

--Es Madame Bovary, señor --dijo entusiasmado--. Acaba de empezar en "Mi novela favorita".
Los minutos que estuvimos ahí fueron suficientes para que Cata, Marina, Jessica y yo quedásemos enganchadísimos con la trama. Sintonizamos RPP en el auto y continuamos viaje en la mágica compañía de la novela de Flaubert, comentando los acontecimientos en cada corte comercial.

Ya pasó casi un año de este primer encuentro con "Mi novela favorita" y no dejo de pensar en la potencia de una idea tan simple como esa en manos de un medio con tanto alcance como RPP. ¿Cuándo antes un grifero, un gasfitero o un chofer de combi conoció la historia de Bovary? Nunca.

Hoy esa cultura clásica está al alcance de todas las clases sociales del país. Y repito "de todas las clases" porque poder pagar un libro no significa que todos puedan o quieran ser lectores. Muchos comparan la nueva generación con la de nuestros abuelos y concluyen: los jóvenes no leen libros, ergo son ignorantes. Yo lo dudo.

Me pregunto: ¿Cuántas páginas tenía el diario que leían los abuelos? ¿Cuántas revistas había? ¿Cuántos documentales vieron? ¿Cuántos blogs leían, cuántos websites visitaban, cuántos mails les llegaban diariamente?
Es otro mundo, otro mercado. Otro consumidor. Este consumidor lee tanto o más que los de antes, pero no solo lee libros. Antes se leía para aprender y también para entretenerse, hoy hay otros formatos igual de interesantes y entretenidos. ¿Ignorantes? Yo lo dudo: a los 18 tienen más información que ninguna otra generación.

Soy lector y he inculcado el hábito en mis hijas, pero reconozco que el medio no es el mensaje. ¿Se trata de que lean libros o que reciban la cultura? En lo particular, me gusta tanto cuando ellas leen como cuando ven Discovery, History, Biography, o --volviendo al tema-- cuando escuchan "Mi novela favorita".
Quizá muy pocos chicos tengan los medios o el tiempo para disfrutar la literatura clásica. Quizás muy pocas personas tengan la base necesaria para enfrentarse a un libro de dos tomos. Pero gracias a "Mi novela favorita", hoy pueden entender el drama del jorobado de Notre Dame o el heroísmo de Miguel Strogoff. Si se trata de promover la cultura, RPP nos está enseñando el camino. En lugar de promover el libro (¿por qué no el papiro o el pergamino?) RPP ha "sintonizado" con el consumidor y ha adaptado el contenido cultural al formato que él prefiere. Eso es márketing del mejor y la cultura merece marketearse así.

Siempre habrá un mercado de consumidores para el libro, pero la cultura debería independizarse de cualquier formato y ensayar caminos mucho más universales; de esos que pueden hacer que un grifero, un publicista y sus respectivas familias, disfruten de Madame Bovary.

lunes, 12 de julio de 2010

Cualquier tiempo pasado... ¿fue mejor?

¿Aprenderemos alguna vez los padres a no ponernos en los zapatos de nuestros hijos? Creo que por los siglos de los siglos, aleluya!, los padres tenemos esa inhumana tendencia a usar dos frases célebres: "yo, a tu edad, ...." y la otra, "si yo hubiera tenido la vida que tú tienes ahora....". Premisas desde luego que son soberanamente falsas y peor aún, autodestructivas.

Mano en el corazón y analicemos los casos.

1) Yo, a tu edad...
Resulta que si tuviéramos una colección de todos estos testimonios, todos -me incluyo- seríamos personajes que han pasado un cúmulo de sacrificios gigantescos, han sido infelices como nadie, han vivido en carne propia una vida digna de la Beatita de Humay y han tosido más que Margarita Gautier -la recordada Dama de las Camelias-. De hecho, no estoy desvalorizando la vida de nadie, ni tampoco tengo la intención. Pero los chicos no tienen la culpa de que la historia avance a pasos agigantados y que sus padres pertenezcan a una generación que ha pasado de la máquina de escribir mecánica al Blackberry, y siguen asombrándose. Ellos no tienen la culpa de la globalización, y de que mientras nosotros teníamos que esperar un año , para ver una película gringa, ahora ellos pueden verla antes de su estreno.

Nosotros a SU edad no estábamos bombardeados de imágenes, tecnología, publicidad, delivery y cuando hay. Efectivamente, nosotros íbamos en búsqueda de los cosas. Ellos las tienen a la distancia de un pulgar (tema que tocaré en un futuro post). Solemos pues, usar un tono para despertar la culpa en ellos... ante una frase que suena a...: no sabes cómo he sufrido... tú no entiendes... Claro, cualquier adolescente que nos escucha debe pensar: ¡qué aburrida era tu vida! ¡con razón te quejas todo el día! ¿de qué me estás hablando? ¡otra vez con el mismo rollo!.
2) Si yo hubiera tenido la vida que tú tienes ahora...
No la tenemos, no es posible imaginarla. Nos tenemos que convencer. Esa premisa es una trampa, es peor que el laberinto del Fauno... Estamos planteándole a nuestros chicos una posibilidad inexistente en tiempo y espacio. Una posibilidad que propone un gran autor colombiano -recomendable a ojo cerrado- Héctor Abad. Él habla de que los seres humanos solemos darle mucha importancia a los "posibles ex futuros". Es decir, pensar en todas las posibilidades de futuros posibles si hubiéramos tenido otra vida: si hubiera tomado X decisión, si hubiera aceptado tal propuesta, si yo fuera él... Y claro, resulta un ejercicio delicioso y casi novelesco, porque en ese momento nuestra creatividad super cualquier límite. El problema viene cuando esa creatividad la usamos con nuestros hijos y pontificamos sobre posibles "usos" le podríamos dar a SUS vidas, que no son, ni se parecen a las nuestras.
Confesemos, si nosotros tuviéramos la vida que tienen nuestros hijos ahora estaríamos como "cuy en feria".
Conclusión: sigamos usando las frases... pero tratemos que sea con menor frecuencia y que lleve un contenido creíble.

martes, 6 de julio de 2010

Un nuevo comienzo -en el Día del Maestro-

para los tres, como siempre
A través de esta nueva aventura doy inicio a un nuevo Blog. Le he dado una pausa a mi otro blog www.enpuntomuerto.blogspot.com puesto que siento que cumplió un ciclo y decidí darle una pausa, una larga siesta. Hay que renovar, el jardinero de mi casa me dijo un día: "renovar es vivir". Este filósofo de la naturaleza me enseñó que hay que remover raíces y sembrar nuevos proyectos.

Me robo de mi Blog anterior, algunos artículos que salen de la sección "El valor de educar", título que le robé descaradamente a Fernando Savater.

Ingredientes hay varios: consejos, anécdotas, ideas, frustraciones, artículos... todo aquello que se pueda compartir con los lectores que estén interesados en la aventura de acompañar a los adolescentes en su sano camino para alcanzar la llamada madurez.
Después de casi veinticinco años de estar en la enseñanza hay mucho pan para compartir, para seguir aprendiendo, para seguir viviendo, porque en el aula se respira VIDA!