Los sistemas suelen funcionar si es que hay coherencia entre los límites que se predican y los que se aplican. De qué sirve tener un horario medido, digo, organizado entre 8 am y 3 pm, si luego habrá una orgía del tiempo en donde la computadora, la tele y las responsabilidades se yuxtaponen las unas sobre las otras.
Para qué le voy a buscar a mi hijo actividades extracurriculares que llenen su tiempo si un mes hace natación, pero al siguiente mes que ya no quiera va a hacer fútbol, y al siguiente como no le gusta el entrenador va a ser box tailandés, y al siguiente como el horario le da flojera quiere ir al gimnasio. Como los padres saben que el deporte es bueno siguen el amén y el monstruito no aprende jamás la noción de compromiso, disciplina, diversión y a la vez sacrificio que el deporte implica. Ojo: ¿cuál es la respuesta que como padres tenemos ante esto? : Si no hay problema, la cosa es que haga deporte y así no me peleo con mi hijo/a.
¿Cuántas batallas hemos dejado de pelear por el simple hecho de no molestarnos con nuestros hijos y comernos una discusión? ¿Cuántas veces hemos cedido para no vivir dentro de la casa otra situación mayor de estrés a la que ya nos vemos sometidos laboralmente todos los días? ¿Cuántas veces la criatura se ha salido con la suya y “todos muy felices” sin haber tenido ninguna pelea?
Solo el futuro tendrá la crudeza de echarnos a la cara ciertas señales en donde cuánto nos preguntemos ¿dónde nos equivocamos? La respuesta estará en unos lentes de piscina hongueados durmiendo en un cajón.
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