miércoles, 29 de septiembre de 2010

Logrando el balance

Es natural, que busquemos –como padres- mostrar nuestro éxito en la labor que se aprende sobre el caballo. Finalmente nadie te enseña a ser padre y se suele cometer el error de pensar que si la educación que se recibió fue medianamente exitosa, entonces el modelo se repite. Si por el contrario, no lo fue pues entonces dejo de hacer todo lo que mis padres hicieron conmigo.

En lo anterior, cualquier extremo es malo y erróneo. Cuando nosotros fuimos educados corrían otros tiempos y de ello si somos conscientes pero igual vamos a aplicar el mismo molde a una realidad diametralmente opuesta. Les doy solo una muestra: hay celular.

Consideramos que nuestros padres fracasaron en el intento de educarnos y que por el contrario, nos consideramos hombre y mujeres hechos y derechos a pesar de la educación recibida. Por lo tanto, criamos hijos sin “NO”, sin límite, sin sentidos culposos. Nuevamente caemos en el error. Puesto que todo ser humano necesita fronteras en su caminar, retos que superar.

Complicado encontrar el equilibrio, pero en ello está buscar el balance de sentirnos padres orgullosos y no arrastrar sobre nuestros hombros los supuestos errores de los hijos. Son nuestros, no de ellos.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El puente colgante

Partamos de la premisa de que todos los seres humanos necesitamos límites en nuestro crecimiento. No lo digo porque seamos unas bestias, ni no tengamos un autocontrol, simplemente pienso que en nuestra crianza hemos tenido algunos límites que nos han convertido en seres humanos medianamente "normales". Aclaro: medianamente.

Es cierto también, que muchos padres de nuestra generación hemos sido/somos extremadamente complacientes, relajados, permisivos, generosos o como quieran decirlo con respecto a los límites que les hemos puesto (les ponemos) a nuestros hijos. Algunos ya pueden dar fe del buen éxito o poco éxito de la estrategia utilizada. No obstante, creo que todos la tenemos clara: en la crianza, los límites son básicos.
Esta imagen es buena: tienes que cruzar una distancia entre dos puntos usando un puente, la caída no sería mortal. Hay dos puentes, uno destartalado, con algunas maderitas que le faltan, tiene barandas. El otro está nuevo, es obviamnete más seguro, no tiene barandas. Por instinto, está confirmado que escogeremos el primero...
Tengo en mí grabadas las palabras de MAYA quien a los 18 años se "largó" de su casa con lo que tenía puesto después de una fuerte discusión: es que a mí... me faltaron límites, me dijo. cuando me los quisieron poner, ya era tarde y hasta ridículo.
Como dice la vieja y sabia frase: todo extremo es malo...

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El desarrollo emocional en la adolescencia -Alfonso Aguiló-

Recordar la propia juventud es algo siempre interesante. Cuando se es joven, y se vive rodeado de otros jóvenes en el ambiente escolar o en la familia, parecía quizá que todos teníamos un destino parecido. Pero si recordamos aquellos años nuestros, y vemos cómo fue pasando el tiempo, y cómo se fue fraguando nuestra vida personal, y cómo nuestro destino iba serpenteando por una ruta que quizá ahora, años después, nos parece asombrosa, comprendemos entonces que la adolescencia es una etapa decisiva.

La adolescencia es la edad de los grandes ánimos y de los grandes desánimos, la edad de los grandes ideales y de los grandes escepticismos. Una etapa en la que suele disminuir la autoconfianza y crecer la autoconciencia, en la que quizá emerge una imagen propia inflexible y contradictoria, años de frecuentes dudas y tempestades interiores. Y una de las batallas más decisivas se refiere al equilibrio afectivo.
Complejidad de los sentimientos
Muchos experimentan, por ejemplo, una amarga sensación de rebeldía por no poder controlar sus propios sentimientos. Se sienten tristes y desalentados -o incluso resentidos y culpables- por ser incapaces de sentirlo que piensan que deben sentir.

Quizá son demasiado inquisitivos, y quieren verlo todo con una claridad que la vida no siempre puede dar. Quieren entrar en su vida afectiva con mucho ímpetu, y pretenden salir luego de ella seguros y claros, con todas sus ideas como en letra de molde, como aquellas viejas planas de caligrafía de los primeros años del colegio, limpias y sin la menor tachadura. Y al chocar con la complejidad de sus propios sentimientos, se encuentran como inundados por una tristeza grande, y pueden sentir incluso ganas de llorar, y si les preguntas por qué están así, es fácil que respondan desolados: "No lo sé".

Estilo emocional
A esa edad hay muchas cosas que ordenar dentro de uno mismo. Hay quizá muchos proyectos y, con los proyectos, inseguridades. Y no hay siempre una lógica y un orden claros en su cabeza. Se mezclan muchos sentimientos que pugnan por salir a la superficie. Las preocupaciones de la jornada, la rumiación de recuerdos pasados que resultan agradables o dolorosos, y que quizá se deforman en un ambiente interior enrarecido, todo esto mezcla a las altas aspiraciones con impulsos hormonales que a veces no pueden manejar.

En medio de esa amalgama de sentimientos -algunos opuestos entre sí- va cristalizando el estilo emocional del adolescente. Día a día irá consolidando un modo propio de abordar los problemas afectivos, una manera de interpretarlos que tendrá su sello personal, y que con el tiempo constituirá una parte muy importante de su carácter.
Desde la inteligencia
La vida afectiva de cada uno es el resultado de toda una larga historia de creación y de decisiones personales. No podemos llegar a tener un control directo y pleno sobre nuestros sentimientos, pero sí un cierto gobierno de ellos desde nuestra inteligencia. Todos somos abordados continuamente por sentimientos espontáneos del género más diverso, y una de las funciones de nuestra inteligencia es precisamente controlar esos sentimientos.

La inteligencia va ensayando actitudes ante los diferentes tipos de sentimientos que se nos presentan, y así va aprendiendo estrategias para influir de alguna manera en nuestra vida afectiva. Por ejemplo, ante un comentario que ha suscitado en nosotros un sentimiento de irritación, podemos intentar sobreponernos adoptando una actitud dialogante, quitando importancia al posible agravio; también podemos responder con una actitud tolerante, como subrayando el respeto a otras valoraciones distintas a las nuestras; o incluso con una actitud de ironía teñida de humor, para relajar la tensión que se haya podido crear.
Hay muchas formas de influir en nuestra vida afectiva, y en todos los casos es la inteligencia quien se esfuerza en proponer actitudes que permitan activar o amortiguar a nuestra voluntad algunos de nuestros propios resortes sentimentales.
La época de los ideales
En la historia de cada persona aparece, con mayor o menor frecuencia e intensidad, la voz del ideal. Un valor o un conjunto de valores que, poco a poco, o de modo fulminante, cobran relieve en nuestro aprecio, se destacan entre otros posibles, los percibimos como más entrañables, más propios, más personales. Son como destellos que van surgiendo desde edades tempranas y que después, en la adolescencia, adquirirán una viveza mucho mayor.

Es algo que madura en nosotros y que con el tiempo se nos muestra como algo que debe definirnos y diferenciarnos, que da sentido a lo que hacemos. Y experimentamos esos ideales como algo que viene a nosotros, a lo que estamos llamados. Como algo que, aunque esté sujeto a nuestra decisión, es casi más recibido que elegido. Como algo que necesita ser reconocido y asumido. Como algo que a la vez atrae y exige, que a un tiempo nos compromete y nos eleva.
Comienza un proceso que atravesará su etapa más delicada durante los años de la adolescencia. Una travesía que se caracterizará, sobre todo, por sus imprevisibles contrastes. Un camino estimulante y doloroso a la vez, de claridades y de tinieblas, de afanes apasionados y de terribles vacilaciones y que concluirá habiendo definido –al menos en sus principales líneas- el estilo afectivo personal.


Mi comentario: De ahí que sea tan importante vigilar a la distancia, con amor, con paciencia y tolerancia. Tratar en la medida de los posible de encontrar canales de diálogo. De ello, hablaremos pronto.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

La lectura y los adolescentes 3 (el final)

Para trabajar de forma coherente y con convicción en esta tarea motivadora hay que buscar estrategias que funcionen a largo plazo. Estrategias que no sean muy dolorosas ni que generaran conflicto y sobre todo, que involucren a toda la familia. También es necesario que los mismos padres estén actualizados con el mundo de los libros. Verlo como un objeto cultural; conocer las posibilidades que ofrece el mercado; conocer cómo informarse de las nuevas publicaciones y si fuera posible establecer un vínculo con alguna librería.

Para ello les propongo varios planes de acción. Con plena libertad de usarlos de acuerdo a cada realidad y dependiendo de la edad de los chicos.


•Revalorización de la lectura. Los padres tiene que ser los primeros en empezar esta campaña. A cualquier edad y más en el adolescencia los chicos le prestan mucha atención al comportamiento de sus padres (buscar juzgarlos en todo momento). Por eso es que si los padres no leen pierden autoridad cuando exigen a sus hijos que lo hagan. Hay que educar con el ejemplo: los padres TIENEN que empezar a leer de forma visible, pero sin hacer alarde de ello.

•La idea es que se lea, no solamente literatura clásica sino que se retome el hábito lector. Por ello, otra idea es regalar alguna revista de su interés: El gráfico, Don Balón, Club Nintendo, National Geographic, Rolling Stones; entre otras.

•Llevarlos a Ferias, librerías y dejar que libremente ellos escojan un libro con un presupuesto especificado desde un inicio.

•Compartir películas basadas en textos clásicos. Usar la televisión a nuestro favor. Algunos chicos luego quieren saber más del tema. Se puede tener una conversación al respecto de que siempre el libro es mejor que la película pues tiene más detalles, uno puede imaginarse las situaciones de otra manera, entre otros.

•Despertar la curiosidad pues esta puede ser un gran aliado. El adolescente –como cualquier ser humano- es curioso por naturaleza aunque parezca desentenderse del mundo. Por ello, dejar el libro o la revista que leemos abierto en alguna parte estratégica, donde sabemos que lo van a encontrar y les va a “jalar el ojo”. Del mismo modo, los chicos siempre están atentos a nuestras conversaciones. Se puede comentar entre la pareja, con un amigo o hasta hablando por teléfono lo interesante (divertido, misterioso, desagradable) que les resultó determinada lectura. Llama la atención que cuando generalmente usamos adjetivos negativos para dar nuestra opinión, el adolescente se pone alerta.

¡No bajen los brazos! ¡Libros arriba!

viernes, 3 de septiembre de 2010

La lectura y los adolescentes 2

En una encuesta que alguna vez realicé y cuyos resultados no creo hayan cambiado mucho, pude llegar a estas conclusiones.

Los padres fueron reconociendo que, a veces ellos les transmitían mensajes erróneos a sus propios hijos: antes leían, les gustaba leer cuando no estaban tan ocupados como ahora, ya no tenían tiempo, o que los libros que les había tocado leer en el colegio habían sido muy aburridos. Otros, en cambio, buscaban lucirse tratando de demostrar su conocimiento literario: y no hay peor cosa para un adolescente que un padre sabelotodo. Además sin darse cuenta, terminaban impidiendo que el chico fuera descubriendo por sí mismo el encanto de leer.

Hubo casos en los que a pesar de ver que sus hijos estaban sumergidos en el maravilloso mundo de un libro les cortaban la conexión que había logrado establecerse con esfuerzo y dificultad, interrumpiendo su actividad. Cuando se había logrado delimitar un espacio para la lectura, eran los mismos padres lo que lo destruían. Por ejemplo, que apagaran la luz, que dejaran de leer y se durmieran de una vez.

Quedó pues establecido que a veces los propios padres se metían auto-goles desanimando a sus hijos a establecer su propia relación con el mundo de la literatura. Inclusive, el adolescente terminaba identificando la actividad lectora con una acción punitiva, pues hay padres que castigan a sus hijos mandándolos a leer.

Muchos de ellos se convertían en el principal “modelo de ocio lector”. Los padres leen menos que sus hijos. Al tocar este tema surgieron como siempre excusas de diversa índole: “trabajo todo el día”, “no tengo tiempo”, “acabo agotado”, “pongo la televisión y solo pienso en desconectarme del mundo”, etc.
Por lo tanto, hay que buscar soluciones COHERENTE, que busquen de paso, ver el tema desde un punto de vista familiar y crear un vínculo a partir de la lectura.
Seguiremos en la próxima publicación.